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domingo, noviembre 14, 2010

Jaipur o cómo estafar a los estafadores

La habilidad es a la astucia lo que la destreza a la estafa.
Chamfort


Llegar a una ciudad a las 11 de la noche debido a que tu tren se ha retrasado media hora en la salida y luego ha ido a derecha e izquierda por la misma vía sin que tú entiendas qué está pasando no es del todo malo. Pero ya os hablé de ese viaje en la anterior entrada. Jaipur Junction 11.30 pm, con Maj y Tina, las dos danesas que viajaban en el mismo vagón de 2nd class, sin información de hostales en la ciudad y la guía en el pc. Nadie tiene idea de nada, así que como buen viajero en la India confiamos ciegamente los unos en los otros para movernos. Sobrevivimos en manada, las individualidades en este país se pagan; en rupias. Ellas tenían un nombre de un hostal en el que se suponía tenían dorm así que enganchamos el primer autorickshaw que nos ofrecen y nos dirigimos allí. La entrada no correspondía a un hostal donde caerte muerto por 80 rupias. Guardia de seguridad, puerta electrónica, mesa de pingpong fuera, ascensor y, lógicamente, no dorm. El conductor nos esperaba fuera, por si no había sitio. Resultó que tampoco había conductor cuando salimos, así que empezamos a andar por las calles desiertas, hasta que encontramos un policía. En este país los agentes de la ley y el soborno son unos de los mejores aliados que puedes tener, el resto de los habitantes les tienen un miedo atroz y siempre responden favorablemente cuando te acercas a ellos bajo su tutela. Al parecer, los estacazos que meten con sus palos de bambú, que combinan eficazmente con subfusiles del mismo tamaño que ellos, son para no olvidar. No pretendo comprobarlo, no es la clase de souvenir que me gusta llevarme de los sitios.


Sentados en la calle tiro de pc para buscar otro hostal, y escogimos el que creo que todo el mundo ve de primeras, uno llamado Pearl Palace que tiene muy buena pinta. La verdad es que estaba muy bien, pero lleno, así que probamos suerte en el de enfrente, donde terminaríamos quedándonos. Situado en la zona tranquila de la ciudad, el ChitraKatha fue un oasis de paz que te demuestra que hay buenas opciones escondidas por poco dinero. Maj fue muy rápida en la negociación por la habitación, esgrimiendo la hora y jugando la carta de mejor más barato que vacío; pretendíamos una doble para ellas y una simple para mí, pero nos enseñaron una habitación con cuatro camas, el mejor baño que he tenido en la India hasta el momento –y creo que hasta el final- e incluso toallas. Si, puede parecer una tontería, pero cuando llegas a un hostal donde te dan toalla sabes que ESE es el sitio, una simple toalla por la cara puede suponer la mayor alegría de la jornada; aunque los conocedores de la Guía del autoestopista galáctico ya deberían saber esto. Y es una verdad absoluta, como la gravedad fuera de una instalación de entrenamiento aeroespacial, donde tienen métodos científicos para reducirla a la mínima expresión, lo cual siempre me ha fascinado. Al final acabamos pagando 200 rupias cada uno por noche, casi la mitad de lo que estaba pagando cualquiera de los otros huéspedes del lugar. Una maravilla de sitio, limpio, tranquilo, staff agradable e incluso wifi. Toallas e internet o el Paraíso.

Pasé tres noches y dos días y medio en la ciudad. Jaipur es la capital del Rajastán, un lugar caótico de 3 millones de habitantes famoso por ser el centro comercial del estado, la ciudad rosa, y las gemscams –estafas de joyas.


El primer día me dirigí a la ciudad vieja, también conocida como la Ciudad Rosa. Uno de los últimos maharajás de Jaipur mandó pintar todas las casas de ese color con motivo de la visita, alrededor del 1800 y muchos, de la Reina de Inglaterra. El rosa es el color de bienvenida. Y bueno, sí, se nota que en algún momento fue rosa, en la actualidad es más de tono salmón oscurecido y desgastado por la costumbre hindú de tenerlo todo lleno de mierda y la extrema polución existente en cualquier centro urbano del país. Pero me sentía bien, misteriosamente recuerdo Jaipur como un sitio ordenado por el que se podía caminar, la impresión de Delhi seguía muy reciente, junto a ese fallido intento de viaje que supuso Lucknow, el sitio al que nunca volveré. Todos los conductores de rickshaw me querían llevar, diciéndome que lo que quería ver estaba muy lejos, 8 kilómetros y cosas así. No lo hacen para sacarte el dinero, por supuesto, es sólo que el método hindú de contar metros y kilómetros es abismalmente distinto al nuestro, 100 metros locales pueden ser 20 o 500 en cualquier otro país, pero nunca serán 100. Me dejan en la AjmerGate, una de las siete puertas de la ciudad antigua, y comienzo a andar, con el vago recuerdo de que el HawaMahal está a la derecha de mi posición. En la siguiente calle principal me encuentran dos indios, bien vestidos, con buen nivel de inglés, se interesan por mí, por conocer cosas de España, y me invitan al primer chai. Hablando surge la oportunidad, siempre por placer, siempre porque es su país y yo soy el invitado. La verdad es que la jugada me salió redonda. Otro amigo suyo, por orden del primero, cuyo trabajo real sigue siendo un misterio para mí, me lleva en moto a ver el templo del dios Hanuman o Monkey Temple, que está hacia las afueras de la ciudad y en rickshaw te cuesta una pasta, así que acepto, me hago el tonto, me dejo ver como una presa fácil de timar. El viaje fue un placer, por primera vez íbamos por carreteras locales con poco tráfico, rodeado de vegetación, sintiendo el viento en la cara. Me dejó conducir la moto un rato, cuando el volumen de la circulación pasó a ser mínimo, sin el peligro de que se te cruce una bicicleta o un camión en el momento menos inesperado. El riesgo de vaca/perro/mono siempre está presente. Tras el templo, entramos de vuelta a Jaipur y le pido que me lleve a ver el HawaMahal, por fuera, ya que dentro no tiene nada y hay que pagar, y lo bonito es la fachada. Tiene un encanto especial, no deja de ser la imagen más conocida de Jaipur, pero tiene un tamaño considerablemente inferior al que me imaginaba. De ahí de vuelta al lugar donde me abordaron, porque me iban a invitar a comer. Cuánta amabilidad, era increíble, en el sentido más literal de la palabra. Y claro, aquí comenzó el proceso de, una vez “ganada” tu confianza, de hablar de joyas. El jefecito me lleva a comer, sorpresa la mía cuando me lleva a casa de su primo, que es un tratante de joyas. Allí poco a poco me ofrecen la posibilidad de hacer mucho dinero, volviendo a España con el billete pagado, sin tener que dar nada de dinero, con dos o tres anillos valorados en 1000 euros –es la primera vez, no puede confiarme material por 20000 euros, como hace con los turistas que ya lo han hecho varias veces. Me enseña las copias de los pasaportes, los documentos que firman conforme a que las joyas son para regalos, no para vender en su tierra de origen y así burlar las aduanas. Por hacer eso, me llevo 600 euros a mi llegada a España más el billete de avión por la cara. Todo suena demasiado bien, perfecto, 600 euros por ponerme dos anillos en los dedos y entregárselos a su representante a mi aterrizaje en el Prat. Nadie da duros a pesetas, tenedlo siempre presente. Hago que me interesa, que tengo que consultar cuando me tengo que ir, comemos y les digo que tengo que ir al hotel para ver mi disponibilidad de fechas. Por aquel tiempo, la opción de volverme era la primera a mucha distancia de la segunda. Y quedamos para las 7.30 pm en la esquina de la calle, donde el fulano de la moto me vendrá a recoger una vez haya hablado con mi familia y sabiendo la fecha, para concretar el negocio. Tengo que reconocer que me lo pensé, todo sonaba bien, pero al final, y muy bien hecho, tiré de intuición y me quedé en el hotel. No me sobra el dinero, sí los problemas. Estar sólo, rodeado de hindús que quieren algo de ti, en su piso, no ofrece sensación de seguridad. Luego supe que el tío se recorrió los cuatro hoteles de la calle preguntando si me hospedaba allí, con cierto aire mosqueado. Que se jodan, el dinero fácil no existe, y yo estaba muy contento habiendo tornado su estafa en mí estafa: un día de sightseeing gratis, comida gratis, y experiencias útiles gratis. Soy muy buen mentiroso, tengo futuro.

Por orden, las instantáneas del templo de Hanuman, Hawa Mahal y Jal Mahal.



El segundo día empezó de manera similar y terminó también igual, con una cerveza y un canuto de una calidad extrema en el cuerpo jugando la carta de “estáfame, soy turista”. Tina seguía enferma y por ello las danesas se quedaron en el hotel otro día más. Reniego del tuk-tuk y me voy hacia la ciudad rosa andando, quería tomarme un lassi en Lassiwala, la Lonely hablaba muy bien del sitio, y la verdad, creo que ha sido el mejor que me he tomado hasta el momento, incluidos los bhanglassi que tienen un gusto horrible y unos efectos más que discutibles. Allí Mohammed, un conductor de rickshaw que se estaba tomando también un lassi, me empezó a hablar sin ánimo de venderme nada y me enseñó su guestbook, lleno de buenas referencias, especialmente de españoles. No tenía que hacer, así que le digo que me lleve a ver el Jal Mahal, elefantes, que me haga un tour, que me fío de lo que he leído. Antes, como siempre, paró a invitarme a un chai. Pero como todo el mundo en este país, tuve que tragar e ir a ver tiendas. La de ropa me gustó, no te presionaban para comprar y me enseñaron todo el proceso de manufactura, tinte, corte y confección. Pero en la siguiente, la de joyas, con un tío joven que hablaba perfecto español y había viajado mucho, el sitio presentaba un aspecto legal, las cosas como son, pero tras todo el paripé de la amistad, el colegueo, la cerveza y el hachís, llegó una venta extremadamente agresiva, asquerosa, violenta. Cogí, cabreado, me levanté, enganché a Mohammed y le dije que me llevase al hotel. Antes le había dicho de tomarnos un lassi que ya no quería, no estaba de humor. Me había llevado a un sitio totalmente desaconsejable, le pagué y me despedí. Y lo iba a recomendar, pero me quitó las ganas. Se disculpó por el sitio, porque nunca habían actuado así y demás, pero llegó tarde. Hubiera sido genial tener un buen conductor en el que confiar a la vuelta pero, en mi caso, no hubo comentario en su libro.

Al día siguiente ya me iba hacia Pushkar compartiendo autobús con una holandesa y una sueca que había conocido en Agra y el azar hizo que también compartiéramos ese maravilloso hostal de Jaipur. Estaba feliz la verdad, la sensación de haber vivido otro día más casi gratis, y el tener wifi y poder usar mi ordenador, y por supuesto, la toalla, hicieron de mis días en la capital rajastaní una grata experiencia. El autobús sale a la una del mediodía desde una estación que es un caos como todas las que hay en esta tierra, pero es barato y son sólo cuatro horas, además de la única manera de llegar al pueblo del templo de Brahma. Pushkar, donde el tiempo se detiene, el bhang te rodea, y los hoteles tienen piscina. De ahí os hablaré en la siguiente entrada, pero tampoco lo aseguro, según me apetezca, porque Jaipur fueron dos días y me cuesta escribir, pero Pushkar han sido seis. Namaste.

1 comentarios:

Ivan dijo...

Grande. Yo creó que no vas volver a Europa y te quedarás por esos lares toda tu vida. Te deseo suerte y que estafes a muchos más estafadores.