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domingo, octubre 24, 2010

Puertos de montaña en la frontera del desierto

Un idealista es aquel que cuando se da cuenta de que la rosa huele mejor que el repollo llega a la conclusión de que su sopa será también más rica.
Henry Louis Mencken

No me apetece hablar de Delhi. Ni de los primeros días. Pero me alegro por ellos. Enfrentar la realidad, tus deseos, necesidades y verdaderas prioridades, y alcanzar una conjunción armónica, siempre es positivo. Bienvenidos a (Con) Sin ruta, y sin rumbo.

He descubierto que siempre puedes viajar en el tren que sea. No importa que esté lleno, porque ese concepto no se aplica aquí. Sólo depende de tus ganas de comodidad. Al parecer, si tienes WL y dos números en tu billete –waiting list- simplemente no tienes asiento/cama, pero puedes estar en el tren. Sigue sin parecerme una buena idea tener un billete con esos caracteres. Pero para distancias cortas, no existe para mi otra clase que la II class sin billete reservado. Previa cola estilo indio, y por muy pocas rupias, puedes formar parte de algo muy hindú: el hacinamiento. Si eres rápido y lo coges en la estación de salida, puedes hacerte con un asiento, incluso una cama de tablas. A mí, sin embargo, me encanta apalancar la mochila en un lugar seguro, en mi caso concreto con las únicas dos osadas extranjeras que estaban en el vagón, y sentarme en la puerta –abierta, por supuesto- del mismo, con el viento en la cara, las vistas, el tabaco, la pillería, y sobre todo, la sensación de libertad, de paz y energía que me da. Hasta que empieza la realidad. Cada poco tiempo el tren se detiene en medio de ninguna parte, o en estaciones que se encuentran situadas en esa misma ninguna parte, y en cada parada se sube y baja gente en una proporción de 20:1. Ahí empiezas a compartir asiento en una puerta de tren. Son del mismo tamaño que una puerta de tren estándar. Sigue entrando gente, y como estás en la puerta tienes que levantarte, posicionarte estratégicamente, y evitar explicarte porqué los mismos se bajan y se suben tres o cuatro veces. Las samosas suelen estar buenas, por cierto. Si te gusta ir ahí, no sueltes la puerta, no te alejes de ella más de cinco segundos, o se habrá ido para siempre. Cuando en un espacio de 5m2 hay 17 personas, estar sentado se aprecia. No hay tensiones, pero no sé, tampoco me ha convencido la atmósfera. Lo genial es tener tu equipaje junto a las dos únicas personas occidentales sentadas en la otra punta del vagón. Quince minutos, unos 10 metros. La gente duerme así, con las nalgas del vecino a unos centímetros de la boca babeante. Gente sentada, gente en los huecos en los que no coge mi zapato. Es un modo de viajar muy divertido. Agra-Jaipur, sólo cuatro horas, más el retraso.

La llegada a la ciudad del Taj fue insípida. Autorickshaw al primer hostal que ponía la guía, ya era de noche, 150 rupias por una habitación con cama, ventilador y cuarto de baño. Eso es todo, y me pareció bien. No necesitaba lujos. Subí a la terraza a intuir el Taj, porque aunque tiene vista directa, y cercana, no se ve de noche. TajGanj es un PaharGanj en pequeñito. Di una vuelta por ahí y me senté a cenar en un lugar que no ponía Recommended by Lonely Planet. Curry de espinacas y queso, arroz y una Kingfisher, de la cual no consigo encontrar una bandeja por ningún lado. Una pareja de chinos –me tenían cara hongkonesa- llegó un poco más tarde, buscando vistas. Era de noche. Así que se sentaron igual. Cuando ya había terminado de comer, disfrutando de la cerveza y el cigarro de después, llegó un grupo de jóvenes. Dos chicas canadienses, una sueca y una holandesa con las que luego me encontré dos días después en el mismo hotelazo de Jaipur, un australiano y un italiano –todos, menos las canadienses, vivían en Australia, pero se acababan de encontrar también, viajaban en grupos de dos siguiendo el orden en que los he nombrado- que tenía padre español, había vivido en Barcelona y pasado muchos veranos en Euskadi. Fue una buena noche, la verdad, risas y cervezas, y Honey Pancake, el hombre que nos servía, un Sir de muchos años, que al preguntarle su nombre, dijo todo emocionado a las chicas Honey Pancake. Era gracioso, y diligente, la verdad, y el curry estaba buenísimo. Previa a la llegada extranjera estuvimos hablando un rato. Luego camino al hotel, dormir y Taj Mahal. Para hablar de él ya están las fotos, pero me pasó como me pasa con casi todo lo increíble y maravilloso que he visto mil veces en imágenes, no me toca. Sigo teniendo el anochecer en Bagan como algo insuperable, y por muchos visionados según la iluminación que reciba esa locura al amor, me sigo quedando con la magia de los templos birmanos. Pero es que soy un exquisito, un sibarita, parece.




El plan era abarcar Jaipur también en esta entrada, pero con el viaje hasta allí abriéndola, y cerrando así el famoso y masificado Triángulo dorado, está bien por el momento. Mañana los dos días y medio en la capital del Rajasthan, ciudad de maharajás, casas rosas, scams, y 3 millones de personas. Y luego Pushkar, donde tras unas pocas horas, un gran alivio y un shock turístico moderado, empiezo a entender eso de un día más…

1 comentarios:

RuManu dijo...

GRANDE HAN, ENORME, como siempre!!!