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domingo, noviembre 14, 2010

Las cometas de Benarés

Podría vivir perfectamente con una mancha de pis en la alfombra, pero que va tío, más complicaciones.
Mucho Muchacho parafraseando a The Dude


Más de quince días sin actualizar y hoy caen dos. Tengo que pedirme disculpas a mí mismo por la escasa frecuencia de actualización, pero obedece a varias razones. Por un lado, la entrada de Jaipur estaba escrita hace tiempo, pero el Office expiró y no di encontrado hasta ahora un pc donde lo tuviesen instalado. Por otro, los momentos de salud delicada, y la más importante, el odio que me produce tener que escribir en un teclado internacional donde no puedo poner acentos ni ñ sin que me lleve tanto tiempo escribir como copiar y pegar los símbolos característicos de nuestro idioma. Pero aquí estamos de vuelta.

Voy a hacer un pequeño resumen cronológico. Luego de Jaipur -un poco de scroll down y lo leeis- estuve alrededor de seis días en Pushkar, relajándome y empezando la ginkana de enfermedades que he tenido que superar en este tiempo. No voy a hablar de ese pueblecito, queda demasiado atrás ya, pero se lo recomiendo encarecidamente a todo el mundo que visite la India y la zona del Rajastán, para desconectar de las masificaciones de personas, el ruido infernal y la polución cuasi-incapacitante típica del resto de lugares de este enorme país.

De ahí, acompañado ya por Tanja y Corina, y con la seguridad de encontrarnos a nuestra llegada con Dani, Tania y Eliana, nos pusimos rumbo a Varanasi vía Jaipur, un viaje de un día, al estilo hindú. Jamás pensamos que nos quedaríamos en la ciudad de la muerte diecisite largos días. Varanasi es caos, es suciedad, es agobio, es mi ciudad favorita de las que he visitado, sin duda alguna. Supongo que estar más de dos semanas haciendo poco más que sobrevivir ayuda a tener esa impresión. A la ciudad donde confluyen el Varuna y el Assi, bañada, purificada, contaminada por el Ganga, se viene a morir. La casa de Shiva se abre ante tí entre seda, chillum, música y agua. El primer día nos dimos nuestro primer paseo por los ghats -escaleras de baño- donde la ciudad nace y muere, y creo que fue en el tercero cuando cogimos el barco a las 5.30 am para ver el amanecer de la urbe. Varanasi también es una típica ciudad hindú de tráfico horrible y suciedad, y la espiritualidad es, bueno, para la gente que ya viene espiritualizada de casa. La India sólo es un paraiso si te gusta vivir en desolación, pero es infinitamente interesante para visitar, ampliamente disfrutable y cómico, es una experiencia necesaria. La gente lavando sus ropas y las de cuarenta personas más, las lanchas caseras que venden dvds y llevan una televisión alimentada con una bateria de coche, personas de todas las edades rezando y bañándose en el agua bipolar de la madre Ganga, los sadhus y buscavidas, el bostezo de una concentración de cuatro millones de personas, la luz rosácea en el agua, la atmósfera única, las piras funerarias ardiendo las veinticuatro horas, su olor, y las velas dejadas a la deriva. No me gusta ver templos, ni fuertes, ni cosas así. Esto también es turístico, pero es increible. Y cuando todo parecía enderezarse en mi plan de viaje para mi tiempo en el subcontinente -para luego ya lo está- la realidad llegó. Entre problemas de visado por la nueva política hindú, Paul no tenía que arriesgarse a perder uan visa por diez años, y consecuentemente no lo hizo. Tania y Daniel recuperaron su camino original espoleados también por el bajón anímico que genera siempre la burocracia, y las hermanas hacía dos días que habían empezado el calvario que duraría hasta el día que nos marchamos, a doce de noviembre. Las pobres lo pasaron mucho peor que yo, incluido ingreso hospitalario, pero fue un alivio tener gente al lado cuando no puedes con el alma, porque la India no es un país agradable para ponerte realmente enfermo. Las ayudamos mucho, y ellas me ayudaron a mí cuando llegué a 39 de fiebre, llevaba tres días sin dormir realmente y no podía hacer nada más que respirar. Luego vino lo del dedo. No necesito tatuajes, la vida se encarga de irme dejando marcas por el cuerpo de mis viajes. El índice izquierdo se duplicó de tamaño en su última falange, producía un dolor intenso y una incomodidad manifiesta. Ahora, después de ser abierto vía aguja, tijera y bisturí ya ha recuperado su volumen normal, dejando un agujerito de diámetro algo menor al del de un filtro de cigarro que sigue curando lentamente, pero la movilidad y la fuerza todavía se resienten bastante. Después de los planes de viaje fallidos, esta situación me impidió, y lo seguirá haciendo por un tiempo, tomar las clases de tabla que pretendía. Ahora tengo una tabla que pesa más de 12 kilos que transportar conmigo, pero es un sueño cumplido. Dos dvds y el skype de Ravi me permitirán hacerlo de vuelta en Turquía hasta que en época baja decida si todavía me seduce el plan de volver todo el mes de marzo o abril para dedicarlo a tocar algo más que las pelotas. Y de paso, qué os parecería vestiros todos de neohippies? Tenemos que estudiarlo. Pero ahora mismo, al borde de abandonar el país o seguir una semana más, me apetece volver allí en un tiempo y tener un profesor real. Y Ravi es bueno, muy bueno. Y volver a ver cada día, desde la hora de comer hasta la pronta puesta de sol, a los niños creando la imagen fantástica de un cielo repleto de pequeñas cometas. También hay tiendas de bhang legales aprovadas por el gobierno, pero no pude sacar una foto decente; en el primer caso, por la calidad de la cámara, en el segundo, porque vendrían a darme unas ostias.


Y ahora, de vuelta a Delhi y sin ganas ni necesidad de salir a respirar de nuevo Paharganj, todavía no se si mañana aterrizo en Istanbul o me quedo una semana más, me he acostumbrado a acomodarme en las habitaciones de las guesthouses.

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