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miércoles, febrero 09, 2011

Sagada

Toda necesidad se calma y todo vicio crece con la satisfacción.
Henry F. Amiel

Sagada es famosa por varias cosas: las cuevas, los ataúdes colgantes, Eduardo Masferré, el yogur, y el hachís. De nuevo solo, me levanté temprano para ponerme rumbo a esta tourist trap y poder así llegar a una hora decente, el viaje de Banaue a Sagada no es ni especialmente largo, ni especialmente incómodo, pero si es aconsejable hacerlo cuanto antes y evitarse disgustos en forma de jeepneys inexistentes. La ruta se hace vía Bontoc en dos jeepneys, 150 y 40 pesos respectivamente, y, sin contar el tiempo de espera allí, que puede ir de los dos minutos a las dos horas, no debería sobrepasar las dos horas y media, no dejan de ser dos puntos alejados por unos inconmensurables 67 kilómetros.

Llegué a Sagada sin saber que coincidía mi presencia con las fiestas regionales, estas dedicadas a las diversas etnias originarias de la Cordillera y al etag, tocino curado al humo, muy gallego. La feria en sí es como cualquiera de un pueblucho, sin orquesta, pero con el sempiterno karaoke y concurso de belleza, pero le daba color a la aldea, y hacía que comer de puestecillos fuese sencillísimo, y muy barato. Allí se come muy bien. Hay una oferta muy amplia, típico de esta clase de lugares, y con muy buena relación calidad precio, y hay que destacar tres cosas: el yogur -el de la Yoghourt House está muy bueno, sí, pero me quedo con el del Shamrock Café (que no tiene nada que ver con un bar irlandés), que es más barato e incluye mermerlada-, la lemon pie, que es un pecado, y cuando una tarta entera cuesta menos de tres euros, pecas mucho más de lo recomendable, y el pollo. Porque no tiene el mismo sabor neutro que en el resto del mundo, y eso se debe a la forma típica de matarlo. En Sagada no le cortan el pescuezo, lo muelen a palos hasta que deja de chillar, y así la carne tiene una textura diferente, más densa, más rica. Además imaginar que tu adobo hace unas horas estaba siendo machacado hará al lado sádico que todos teneis sonreir tímidamente. Lo que sorprendentemente escasea es el concepto bar, sólo un garito que abre hasta relativamente tarde -las 12 de la noche- y con música en directo de manera ocasional, amén de ser un buen lugar para hacerte con hachís de manera sencilla, aunque pagas la comodidad a medio euro más por gramo, el Kimchi, donde comí un pork adobo con patatas que ha sido facilmente de los mejores que probé en el país.

De casualidad, cómo todo lo que sucede cuando viajas sin rumbo, me encontré a la pareja Alex - Ashley, un londinense genial y una americana enamoradísima que conocí en Sabang, y con los que hice la excursión por, hasta y de vuelta del río subterráneo. Fue una alegría, es gente muy agradable y, especialmente Alex, es un tío que se ha recorrido el mundo entero, muy campechano y con historias y desventuras para todos los gustos y momentos. Ahora anda por Brasil, resulta que algo le sucedió en Australia y tuvo que largarse a los dos días, pero la parejita ya busca volver a reencontrarse. Vive l'amour de Katmandú.

Pero Sagada, además de ser un lugar extremadamente laid-back, es también un sitio genial para dar paseos y hacer trekking de varias horas por las montañas, entre formaciones de roca kárstica y naturaleza que le dan un aspecto genial al paisaje, y sus famosísimas e impresionantes cuevas, que compiten con los ataúdes por ser la principal atracción de la zona. Tradicionalmente, los habitates de esa región depositan las cajas de sus muertos colgadas de los precipicios, y se pueden ver algunos que datan de hace más de 500 años colgando en el Echo Valley. La otra manera de enviar a los seres queridos al descanso eterno es enterrándolos dentro de una cueva, pero esto sólo está al alcance de las familias tribales más pudientes, teniendo que ofrecer para tal privilegio el sacrificio de varios cerdos y decenas de pollos, ganándose así el derecho otorgado por el barrigudo sacerdote de turno para poder dejar al muerto en la entrada de la Lumiang Cave.

Sagada es un must go de un viaje a las Filipinas, a poder ser al día o dos de llegar, pasar allí dos días y así proveerse para el tiempo restante de andadura por el país. Y eso será lo que hagamos cuando alguno de los que me lee decida dejar la comodidad del sillón y venirse un par de meses conmigo al sudeste asiático. Sólo me quedan tres horas, por fin, para meterme en el bus rumbo al aeropuerto, y de allí a Sri Lanka. De Kuala Lumpur ya os hablaré en el futuro, a la espera de ver en qué condiciones está la infraestructura wi-fi en un país que ha terminado su guerra civil no hace ni dos años.

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