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domingo, febrero 06, 2011

En territorio Ifugao

Dos es compañía, tres es multitud. Entonces... qué son catorce?
Refrán, y reflexión


Entrada comenzada a escribir el 25/1

Puedo describir lo que hemos hecho aquí sólo como demencial. Información para los futuribles en visitar la zona, no lo hagáis obligados por el calendario, venid con tiempo a las Filipinas e informaros antes de salir rumbo Ifugao con un pronóstico de tiempo positivo, aunque las hemos disfrutado enormemente aún bajo estas condiciones, merece la pena venir con buen tiempo. Aquí se llega vía autobús nocturno en el que, como siempre, dispongo mi esterilla en el pasillo y me tumbo a dormir entre risas y miradas extrañadas, mucho mejor que en el asiento mal colocado.

Un poco antes de las seis de la mañana nos plantamos en Banaue con todo el equipo y la ruta ya hecha por Murat, todo más sencillo, café hasta que abrieran de nuevo para que los turcos comprasen los billetes de vuelta (es lo que tiene viajar 13 personas juntas) y en ruta. Bajo la incipiente lluvia nos montamos en el jeepney que nos iba a llevar hasta el punto de inicio del trekking, e incomprensiblemente no hay peleas por sentarse en el techo y disfrutar del viaje y las vistas en condiciones, sólo se me unió Emrah, el alto. 12 kilómetros, digamos unos 30 minutos, aunque muy posible que fuesen más, parece que lo de las carreteras provinciales en este país es común a todos los sitios. Y ahí comienza el preludio del despropósito turista en el que nos estamos viendo envueltos, porque ahora mismo, esto lo estoy escribiendo, antes que Palawan, antes que la llegada del grupo, en la aldea -esa denominación se le queda ajustada, no se si llegará a dar el tamaño requerido, en el medio de la Cordillera, después de 25 kilómetros terrazas de arroz a través. Pero lo que viene siendo la forma de realización de este viaje está siendo increíble. Estoy en la casa de una vieja que en el piso de arriba tiene 5 camas -somos 14, de nuevo cocinando nuestra comida, con nuestro guía de nombre real Rambo. Y hay gente que se queja de esto, si de lo mejor que te puede pasar para guardar de experiencia. Porque el camino en sí con un tiempo decente es un coñazo, pero no complicado, pero bajo la lluvia constante desde hace semanas, soy uno, ellos tienen los días que tienen, y al final no hay opciones para tomar, es muy, muy peligroso, por mucho guía de los cojones que lleves, el tío no va a caminar por ti. Caminando sobre piedras y suelo de plantación mojado al borde de un intervalo que va desde los 2 hasta los 100 o más metros de caída, cosa más que probable, y yo tengo el record: 5 metros pared abajo hacia la muerte o la desgracia física permanente. Como veis, sigo vivo.


Pese a todo esto, la ruta Banaue-Batad-Cambulo-Pula-Banaue es un must en cualquier viaje a las Filipinas. Ver las terrazas recortadas de la montaña donde se lleva cultivando arroz desde hace más de 2000 años es una imagen de ingeniería de supervivencia inigualable, una visión poderosa de cómo el ser humano cuando quiere, puede con todo, de cómo modificar la naturaleza de una forma sostenible y bella; aún hoy en día estas terrazas siguen irrigadas por aquel antiguo sistema de canalizaciones, y aún siguen los habitantes de esa región viviendo de lo que la tierra, y su trabajo, les provee.

Desde Pula, donde comencé a escribir esta entrada, y donde catorce personas dormimos en 4 camas, menos Ömer y yo que nos tocó el suelo -gracias, "amigos"-, partimos al día siguiente de nuevo a Banaue, donde me separaría de los turcos. Un camino sencillo según nuestro guía, claro. Bajo las condiciones atmosféricas se convirtió en una penitencia por caminos embarrados donde la mayor diversión consistía en pelearse por ser el que más veces resbalase y decorar así de un sucio marrón la ropa. En este caso quedé segundo. Y llevar zapatillas de trekking impermeables no sirve de mucho cuando tienes que cruzar dos torrentes crecidos por las incesantes lluvias, todo para llegar al punto de recogida donde nuestro guía debería llamar al jeepney que nos llevase de vuelta, todo muy sencillo si el bastardo no se hubiese olvidado de apuntar el número de teléfono. Por suerte, una de las van que cubren a diario el trayecto Banaue-Bontoc, llena hasta los topes, se apiadó de nosotros y nos recogió no sin antes dejar en el medio de la carretera a media docena de locales. Mientras esperábamos apareció una moto con dos filipinos, uno sin dientes y con una carabina que parecía rescatada de la Segunda Guerra Mundial, seguramente, sería así, dada la violencia con la que este conflicto azotó a las Filipinas, hecho del que poco se habla, hecho que poco se plasma en blockbusters americanos.

Por fin llegamos de nuevo a Banaue, donde me apresuré a buscar alojamiento, y donde el camino me devolvió a la soledad -tranquilizadora- a las seis de la tarde. Una noche en Banaue donde no hice nada más que comprar algo de comida y una botella de vino de arroz -sería imperdonable abandonar la zona sin haberlo probado-, y preparar un bong casero para disfrutar con un libro del otro cultivo local característico, en este caso, nutritivo para la psique. Al día siguiente, tocaba ponerse en ruta hacia Sagada.

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