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sábado, septiembre 11, 2010

Dios bendiga a Decathlon

Aquel que quiere viajar feliz, debe viajar ligero.
Antoine de Saint-Exupery

He decidido empezar cada nuevo episodio con una cita, y como con toda decisión intrascendente de la vida, siempre puedes echar marcha atrás y hacer como que nunca la has tomado. Los políticos saben mucho de esto, lástima que no entiendan ese concepto, la trascendencia.

Como os daréis cuenta al terminar de leer este segundo capítulo, pretendo hacer un mínimo de dos secciones claramente diferenciadas en este proyecto, pero dado que todavía no entiendo cómo crear páginas y que estas funcionen aceptablemente, de momento va todo aquí. A la primera corresponde la entrada inaugural y posteriores que traten del viaje, de la vida, de las cosas vistas y hechas, de los caminos.
Esto pertenece a la segunda. Una sección destinada a ser analítica y explicativa, a proporcionar información, consejos y experiencias en el campo de la logística de un viaje como este. Su único objetivo, pues, el servir de ayuda para la gente que se plantee realizar un viaje como el mío. Desde los billetes de avión a los seguros para viajeros, el dónde dormir, el presupuesto, y el salir de fiesta sin tener que vivir las siguientes semanas de la caridad budista.

Primera parada, el equipaje. De la mochila en sí no voy a hablar, la mía, aún teniendo una capacidad perfecta y un diseño funcional, ya me está destrozando la espalda por el mero hecho de tener los arneses unos míseros 4 centímetros más largos de lo debido, y me veré obligado a cambiarla o arreglarla antes de proseguir mi viaje. Si hablaré de lo que lleva dentro.

Hacer el petate para viajar durante un año es infinitamente más sencillo que hacerlo para ir a la playa cuatro días. La tendencia occidental a la acumulación descontrolada de objetos inútiles es la primera de las muchas enfermedades de la que te curas haciendo algo así. Límite autoimpuesto y recomendado: 10 kilogramos; fluctuación temporal aceptada: 2 kilogramos.

Ropa. Por todos es conocida mi afición a tener un armario considerablemente grande, aunque al final me acabe poniendo siempre lo mismo. Y mejor no entrar en el tema sneakers. Toda mi vestimenta para esta etapa se reduce a cuatro camisetas -llevad siempre ropa que podáis dejar, tirar o regalar en cualquier lugar al que os lleven vuestros pasos, yo sólo llevo una que protegeré hasta con mi vida si es necesario, esa blanca primera colección CircoWear curtida ya en mil batallas-; una sudadera plasticosa que ocupa poco y pesa menos, y mi cazadora de esquiar multiusos como armadura contra el frío del Nepal y Tierra de Fuego es todo lo que cubrirá mi pronto escuálido tronco. Hay que decir que en estos últimos meses he hecho un buen trabajo recolectando tejido adiposo como reserva de energía en previsión de la ingente cantidad de arroz cocido que engulliré este año.
Un pantalón corto con siete años de vida y algún que otro remiendo, el bañador que años atrás le pedí prestado a Omar -ahora preso e imagino que convertido ya en la putita de algún reo- y que nunca le devolví, y las prendas en las que realicé un desembolso económico considerable pero necesario: unas mallas térmicas y un pantalón extremadamente ligero e impermeable. Una buena calefacción y unas buenas ventanas.
Cinco calzoncillos y cinco pares de calcetines de trekking que maximizan la tríada transpiración, resistencia, y secado rápido.
Y por último, quizás el segmento en el que menos confiado de mi previsión me siento: los pies. No he podido evitar traerme un par de Dunk Low SB, el único capricho textil que me he permitido. Son demasiados años y demasiada adicción como para renunciar a ellas. Para compensar, unas zapatillas de trekking ligeras e impermeables que a la fuerza se convertirán en mi vehículo predilecto. Y no son del todo feas.
Una toalla de montañero que ya se ha hecho un huequito en mi corazón, es simplemente una maravilla de la funcionalidad.

Vendas autoadhesivas, paracetamol, un pulverizador con cortisona, yodo y dos tubos de bepanthol para tratarme los tatuajes que pretendo irme haciendo a lo largo del camino. El repelente de mosquitos llegará a medida que avance hacia el Este.

El saco de dormir y la esterilla que le robé hace ya unos años a mi padre -McKinley ambos, han probado ser magníficos a lo largo de este tiempo-, una linterna de dinamo que también carga por USB -la tecnología no deja de sorprenderme-, una cantimplora flexible que todavía deja un regustillo a licorcafé en el líquido elemento, dos libros en inglés que iré cambiando por otros, y una navaja multiusos.
El netbook -gracias a Taringa! por las 180 Lonely Planet gratis y en Pick&Mix- , las cámaras y el móvil para casos de fuerza mayor componen todo el material electrónico que me acompañará.

Y por último, mi capricho musical y tributo a mi querido fucking hippie, un ukelele que no tengo ni idea de tocar, pero con más de 300 días por delante para arrancarle sonidos virtuosos. En la India me compraré por fin una tabla. Que tiemble Trilok Gurtu.

10 kilogramos; mi casa.

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