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miércoles, septiembre 08, 2010

De principios y finales/Andando en círculos

Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Istanbul
Canción del Pirata, Espronceda


Se que llega un poco tarde. Lo suyo hubiera sido empezar antes de salir de casa. Lo suyo serían tantas cosas que jamás van a pasar. Lo mío serán las que sí pasen.

Con lágrimas en mis ojos, y ríos en los de mi madre, subí al autobus que estaba destinado a ser el primer vehículo de mi aventura. Dirección: Lugo; tiempo estimado de llegada: 12 meses.
Lo cierto es que ahora mismo estoy escribiendo sin motivación alguna. Y creo que se notarán los capítulos que escriba por autoimposición. También creo que serán los mejores. Soy mucho peor escritor de lo que me gustaría ser, o quizás no, sinceramente a mi me da lo mismo, me tengo en altísima estima.

Empezar por Turquía era un mal necesario. Volver al país que me ha brindado el mejor año de mi vida hasta el momento resultará contraproducente en muchos aspectos, todos ellos banales. Un romanticismo peligroso por un pasado que no volverá nunca, un ejemplo más de la simpleza del hombre, las grandes metas, los grandes deseos, las necesidades de reafirmación, que cojones, en el fondo estoy aquí de vuelta por obra y desgracia de la última mujer que me destrozó la lógica. Este es el porqué de Turquía, el del resto de la aventura ya estará para siempre escrito en mi piel, muslo derecho, parte superior.
Tres semanas aquí que poco o nada marcarán el devenir futuro de mis pasos. Tres semanas de hedonismo y mortificación. Tres semanas de adiós como saludo a los siguientes once meses.


Después de 18 horas de viaje y 12 de espera, estaba subiendo de nuevo las escaleras de mi hostal de siempre en Istanbul. Mis amigos que trabajan allí no daban crédito. Algo que se repetiría durante los siguientes días, y que se seguirá repitiendo durante alguno que otro más mientras no vea a todas las personas dignas de mí. No voy a extenderme, de Turquía ya he hablado mucho durante el pasado año; pero jamás pensé que otra noche más en la única gran ciudad de las que he conocido que podría perfectamente acogerme como habitante durante un año o dos fuese a regalarme un momento íntimo que no olvidaré nunca, sólo superado por aquella noche de principios y finales que pasé con ella, aquella noche de Clásico, aquella noche de Parov Stelar.

Las primeras Efes con Ieva, Hoca y demás buenos amigos en una terraza de un bar cercano al tünel de Istiklal, el dorado veneno mexicano, cortesía de los euros y el duty free, suavizando el sabor y endureciendo los efectos de las siguientes rondas, el cansancio físico del camino y la frescura mental del reencuentro, la promesa cumplida.
Tras los primeros caídos en el combate etílico, los supervivientes nos encaminamos a la casa de Ieva, unos metros por debajo de la torre de Galata. Allí, reunidos en una terraza superlativa por el encanto de su situación, las heridas de guerra fueron enviando a los pocos presentes uno tras otro escaleras abajo a su merecido descanso. Inesperadamente fué con el que menos relación tenía de todos el último en quedarse a mi lado y disfrutar juntos del humo de la victoria, ese pedacito de hachís envuelto en celo que había cruzado fronteras alojado en mi boca. Y ahí, ya solo, con el tejado iluminado de la torre detrás, mirando al estrecho que separará siempre mis dos lugares de nacimiento, la brisa acuática del mar de Mármara y las luces de ese incomparable skyline de Sultanahmet, bendije la suerte que me he buscado, sabedor ya de que no había vuelta atrás.

Y aunque fuese sólo por unos instantes, me convertí en atemporal.

1 comentarios:

eme dijo...

precioso comienzo, seguiré tu viaje desde aquí a partir de ahora.

un abrazo